Con el alma en vilo, con
el alma henchida, sentimientos, palabras sueltas, sentir, sentir, sentir, no
puedo frenarlo, sólo hay una necesidad que es sacar fuera todo lo que tengo
dentro, ganas de gritar, de estallar, de ver la luz, el resplandor como fuegos
de artificio frente a mí con sus colores y estallidos llenos de colores que
brillan en lo alto.
Yo pequeña contemplando
ese estallar que parece mi corazón abriéndose a la vida, sacando fuera y
dejando entrar a la vez. Es la apertura, la puerta abierta; como un niño pequeño
frente a una puerta inmensa que se abre ante un nuevo camino que le aguarda, el
camino que desea ser recorrido, andado, pisado y sentido; un camino que
envuelve y eleva hacia lo más alto.
Esta necesidad
irrefrenable de escribir de reflejar en un papel todo aquello que el corazón me dicta sin respiro, tan rápido, tan intenso, tan hermoso y dulce, lleno de
lágrimas y alegría a la vez, el camino.
¿A dónde me lleva? ¿Cuál
es el final? No lo veo, el final está lejos como en aquel sueño a los 13 años.
Me encontraba en clase
cuando la religiosa nos pidió que cerrásemos los ojos, que hiciéramos silencio
y sólo escuchásemos nuestro corazón, que nos dejásemos llevar por lo que el
corazón nos mostraba en ese instante y lo dejásemos salir.
Ante mí una enorme
pantalla de cine, todas las luces se apagan y sólo se refleja una en la gran
pantalla blanca, enorme, magnífica, sin imagen, sólo una gran pantalla de cine
ante mí, la cual me hacía insignificante. Poco a poco se acercaba a mí para
envolverme y meterme dentro para reflejar mi película.
Sigo sintiendo mi
respiración y me veo ahí, sola, pequeña, silenciosa con la mirada en busca.
De pronto aparece un gran
pasillo lleno de cuadros en sus paredes, a ambos lados, a la derecha, a la
izquierda, cuadros, muchos cuadros con colores y personajes de la edad media,
sus recuadros dorados, muy dorados; entre medio veo puertas, son habitaciones a
ambos lados del largo pasillo.
Abro tímida una puerta y
veo una habitación con su cama, todo muy austero casi pelado diría yo, nada que
ver con la imagen recargada del pasillo, intento abrir otra habitación del lado
opuesto a la anterior y veo más de lo mismo, austeridad, mucha austeridad,
silencio, frialdad, blancura y desolación; la cierro despacio cabizbaja y
silenciosa y miro hacia delante, camino, sigo caminando y el pasillo pareciera
no tener final, sus cuadros, sus puertas en ambos lados me acompañan. Me invade
la desolación, siento frío y quiero salir de esta imagen, no puedo, lucho con
todas mis fuerzas por salir y abrir los ojos pero no puedo, comienzan a caer
las lágrimas de mis ojos mientras avanzo rápidamente, ya no llevo el control de
mi andar, mis pies gobiernan mi mente mientras mi corazón sufre y lucha por
salir de ese camino, de esa casa interminable, de ese sueño.
El pasillo se eleva, no
puedo parar sigo corriendo hacia delante con las lágrimas a borbotones y un
apretón en el pecho, quiero salir y no puedo, sigo hacia delante con
desesperación porque ya no tengo el control de mis pasos.
¡Quiero despertar,
despertar, quiero despertar! ¡Por favor! ¡Debo salir! Y sigo avanzando cada vez
a mayor velocidad por momentos me veo fija en el suelo mientras la imagen del
pasillo enorme me invade y pasa velozmente sin acabar, sin llegar nunca al
final.
¡Abrid los ojos!
¡Lentamente, respirad y abrid los ojos! ¿Qué habéis sentido? De lejos oía estas
palabras y yo no podía salir de este sueño.
¡Ya! Algo hizo clic y mis
ojos se abrieron, la casa se esfumó y con ella el pasillo con sus puertas y
cuadros. Ya estaba otra vez en mi clase de literatura con la hermana Leticia.
Sentía angustia, no podía
contar cómo me había sentido. Escuchaba los comentarios y sentimientos de mis
compañeros pero yo permanecía en silencio, con la mirada perdida por la
angustia provocada por aquel sueño.
Suena el timbre para salir
al recreo y respiro hondo, me siento rara, lejana, no puedo centrarme, me viene
bien este descanso antes de continuar con la clase siguiente.
Mientras mis compañeras
salen yo trato de volver a mi ser, intento volver, sentirme; entonces la
hermana Leticia se acerca y me dice: “quiero que vengas a rectoría después del recreo,
te estaré esperando para hablar” Me sentí feliz porque le tenía mucho afecto y
me hizo sentir acompañada en ese momento, alguien que se preocupaba por mí;
pero a la vez asustada ¿qué me dirá? Espero no tener que contarle lo que he
sentido en ese ejercicio de relajación porque ha sido muy angustioso y no
quiero volver a revivirlo.
Terminado el recreo llamo
a la puerta de rectoría y ahí estaba ella dentro, sola y me dice: “pasa
Malena” entro tímidamente, cuando me encuentro frente a las personas que
quiero tanto me inhibo mucho, me paralizo, es una sensación entre alegría y
temor pero me gusta.
Sentadas una frente a la
otra me hace la pregunta que no quería oír “¿qué ha pasado en el ejercicio?
¿Cómo te has sentido?
Lloré tanto, que me dolía
la garganta del ahogo que me provocaba pero a la vez necesitaba sacarlo todo
fuera como un manantial de agua mansa, soltar hasta la última gota, no dejar
nada que ya habrá momento para volver llenar los ojos de lágrimas.
Con todas sus muestras de
ternura y cariño hacia mí me consoló, me abrazó y me dijo una sola frase que
puso la imagen verdadera de esa experiencia delante de mí y la cual no era
capaz de ver por tanta angustia sentida.
“Lloras la muerte de tu
hermano a quien has amado tanto desde antes de nacer y le seguirás amando en el
recuerdo porque no se va, se queda ahí en tu corazón” “Cuida a mamá que ella
también lo llora”.
Desde aquel día me sentí
fuerte y me hacía feliz entrar en mi interior, mirar y buscar el tesoro que
allí dentro se encuentra y que es mi esencia.
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